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Webs de citas y machismo

A ningún hombre que esté en páginas de contactos se le ha escapado que para ellos es muy difícil (y no es exagerado decir que casi imposible) conseguir una cita en este tipo de sitios web. Esto vale también para cualquier chat o incluso para la vida real, en un bar, o en una discoteca a la hora de ligar. En cambio, las chicas solo tienen que chasquear los dedos, y ya tendrán lo que desean. Ellas no tienen que hacer casi nada para encontrar lo mismo que a ellos se les niega de forma casi sistemática o incluso no llegan a encontrar nunca. Se dicen muchas cosas acerca de esto, muchas veces personalizando el problema en los protagonistas del asunto («es que los hombres sois unos salidos…», «es que las mujeres son muy estrechas y unas exigentes»). Pero lo cierto es que la causa de todo esto es solo una. Se llama machismo.

Como ya he apuntado en otras ocasiones, la lógica del machismo se debe tener siempre presente para entender muchos de los fenómenos que giran alrededor de las relaciones entre los sexos. En este sentido, la razón de que sea tan fácil para las mujeres y tan difícil para los hombres buscar pareja tiene que ver justamente con eso. El machismo es la causa de que se cree una estructura de oportunidades que paradójicamente genera un efecto contrario para los hombres a lo que cabría esperar: que acaben por convertirse en las principales víctimas del machismo que parecería que los debería favorecer. Es por ello que el machismo nos perjudica a todos, tanto a hombres como a mujeres. Pero, ¿cómo se produce este fenómeno? El machismo otorga al hombre un papel activo cuando busca pareja (es el «conquistador»), mientras que el de la mujer es aparentemente pasivo (es la «conquistada»). Esto se relaciona con la «falta de iniciativa» de la mujer. Esto favorece que se cree un mercado en el que las relaciones de intercambio de relaciones de pareja son desiguales: van del hombre hacia la mujer, generalmente más que de la mujer hacia el hombre. El papel de la mujer en este mercado es aparentemente pasivo. Difícilmente es agente activo (al menos aparentemente…). Pero paradójicamente, esto acaba produciendo un efecto contrario: quien tiene el monopolio de este mercado es la mujer, ya que es el objeto escaso. Es ella quien acaba fijando su precio, y no a la inversa, como se podría suponer en un mercado en el que el agente activo es el hombre. Así que, la mujer es quien acaba «escogiendo». Ella se convierte en el verdadero agente activo (es quien «escoge»): son los hombres los que van a ella, y tiene muchos para elegir. Por lo tanto, hace lo que haríamos todos en su situación: escoger el que tiene un valor más alto por ella. Por eso puede «exigir», puede «pedir mucho». Que escoja de esta manera, a partir de altas expectativas, de ser «exigente», de «pedir lo mejor» no tiene nada que ver con su personalidad ni con ningún rasgo específico que pueda ser propio de las mujeres. Simplemente es debido a que el mercado funciona de esta manera. La estructura de oportunidades del mercado de intercambio de relaciones de pareja lo favorece: la convierte en quien elige, y en quien puede escoger pidiendo mucho.

Es por eso que las mujeres acaban teniendo la sartén por el mango: porque la configuración de este mercado de intercambio de relaciones de pareja lo propicia. Entonces, ¿qué habría que hacer para romper esta estructura de oportunidades? Parece que habría varias posibilidades. La primera podría consistir en abrir el mercado para las mujeres y limitarlo para los hombres. De este modo, que hubiera un mayor número de mujeres que de hombres podría favorecer que el precio al que cotizaran las mujeres en este mercado fuera más bajo: tocarían a más de una por hombre y entonces sería él quien escogería, sería él el objeto codiciado. Sería mucho más complicado para ellas «exigir», ya que no estarían en condiciones de poder hacerlo: quien tendría más donde elegir, sería él, no ellas, y, por tanto, tendría más elecciones alternativas. Esto acabaría suponiendo que el monopolio sobre la elección de relación de pareja ya no estaría del lado de las mujeres, sino de los hombres.

Pero en realidad esta sería una falsa solución, pues acabaría reproduciendo de nuevo la misma estructura de oportunidades que se pretendería combatir. Es decir, esta solución no rompe en ningún momento la dicotomía hombre-activo / mujer-pasiva. Y es gracias a esto que la mujer acaba teniendo la fuerza ya que, como muy bien saben ellas, quien es contactado (la mujer) es quien tiene la última palabra, y, por tanto, el poder. Es difícil acabar con el imperialismo del machismo sobre este mercado simplemente pensando que poniendo más mujeres que hombres, los hombres dejarían de comportarse como siempre lo han hecho. Al cabo de poco tiempo, todo seguiría igual. La solución numérica es una solución terriblemente ingenua, y no serviría de nada. Pero hay otra solución. Esta es bastante más difícil de implantar (la anterior es relativamente factible, solo habría que introducir un numerus clausus dentro del sistema que limitara el número de hombres y favoreciera la entrada de mujeres —cómo hacer esto último ya es algo más complicado, y la mayoría de webs de citas no han llegado a conseguirlo), pero posiblemente sería mucho más efectiva. Consistiría en que los hombres se limitaran a contactar exclusivamente con aquellas mujeres que previamente han contactado con ellos. Es decir, los hombres deberían imponerse una férrea disciplina y no contactar con ninguna mujer. Así, consistiría exactamente en cambiar los papeles: los hombres serían pasivos y las mujeres serían activas. Esto, aparte de suponer una posibilidad de que se reprodujera el mismo mercado que se intenta combatir pero con el signo contrario (en este mercado siguen habiendo poderes desiguales, pero ahora van a favor del hombre), otorga una ventaja diferencial al hombre: como muy bien saben las mujeres, quien es contactado es quien tiene la última palabra (ya que en realidad no se ofrece, sino que lo vienen a buscar, y esto otorga ventajas a la hora de plantear exigencias). Es posible que implantar esta disciplina fuera muy difícil para muchos hombres, pero a la larga sería beneficioso para ellos. También es posible que parezca que esto no serviría de demasiado, ya que se puede pensar que a las mujeres les costaría asumir este nuevo papel. Pero es evidente que les costaría igual que a los hombres asumir el suyo. Y lo más probable es que progresivamente se tendiera a una situación de equilibrio espontáneo en la que, al final, los dos papeles se desdibujaran bastante. Dejaría de haber pasivos y activos, ya que ni los hombres serían tan activos como ahora, ni las mujeres tan pasivas como ahora. Así que, progresivamente, se iría llegando a una situación de equilibrio en el mercado de intercambio de relaciones de pareja que rompería con el monopolio tanto de hombres como de mujeres, ya que se configuraría una estructura de oportunidades mucho más igualitaria.